Hoy el cielo de Zaragoza está como el de Seattle, echo de menos los paisajes verdes de allí. Cuando llegué, descreída de mi, nunca pensé que me iba a encariñar con aquella ciudad, no digo país que Estados Unidos tiene tantos aspectos envidiables como odiosos. Me gustaba vivir en Beacon Hill y el restaurante asiático de la Beacon Ave, me gustaba la mezcla de gentes y la reuniones en casa de Pilar, de Barcelona aunque investigando allí donde había fondos para investigar. En Estados Unidos emigración y racismo no van de la mano, como sí ocurre en la piel de toro que habito, ojalá hubiera conocido menos chinos y más japoneses (el tamaño sí importa) aunque a cambio aprendí a comer sin ascos unos gusanos gordotes pero sabrosos.
Hoy estoy melancólica, hoy querría estar en un pub de los que tenían música en directo y no cansarme de estar a su lado, oliendo sus manos a tabaco de liar, con los jeans ajustados, botas de puntera, sentir su mirada, sus manos en mi espalda desnuda y su lengua trepando por el ombligo. WAHS –we’ll always have seattle-.
Silvia
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